España a la vanguardia: el papel de las V16 conectadas en la conducción autónoma

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España a la vanguardia: el papel de las V16 conectadas en la conducción autónoma

Por Alejandro González, CMO de Netun Solutions

 En estos días se repite hasta la saciedad que la luz V16 conectada “solo es obligatoria aquí”, como si eso, por sí solo, fuese prueba suficiente de que estamos ante una mala idea. Es curioso: solemos lamentarnos de que “España no innova” o “siempre llega tarde”, pero cuando somos los primeros, el argumento cambia de golpe: “si solo pasa aquí, será que está mal”. Difícil cuadrar las dos cosas.

La realidad es que la V16 conectada aporta soluciones concretas y tangibles. Un vehículo inmovilizado deja de ser un riesgo para convertirse en una señal visible sin que el conductor tenga que bajarse del coche, reduciendo el riesgo de atropello. Y, al mismo tiempo, envía esa información a una plataforma capaz de alertar al resto de usuarios. No es solo una luz: es un dato útil. Es una alerta anticipada. Es seguridad vial.

Lo más importante en todo este debate es precisamente lo que menos se está contando: la implantación de la V16 conectada no es un hecho aislado. Es el primer caso de uso masivo de carretera conectada en España. Forma parte de una estrategia mucho más amplia que no se ha explicado bien.

Europa lleva años trabajando en proyectos como C-Roads for Safety, cuyo objetivo es que los vehículos y la infraestructura se comuniquen entre sí mediante servicios C-ITS. Y España participa activamente en distintos corredores y escenarios. En este sistema, la plataforma central actúa como un “cerebro” que recoge y distribuye información en tiempo real.

La luz de emergencia V16 conectada encaja en esa arquitectura. Y lo hace de forma muy coherente. En primer lugar, digitaliza una incidencia. Un vehículo detenido deja de ser un obstáculo inesperado para convertirse en un evento digital compartido. En segundo lugar, crea un puente entre vehículo e infraestructura: la baliza envía la posición, la plataforma la procesa, y la información llega a navegadores, paneles de mensaje variable y servicios de movilidad. En tercer lugar, y quizá lo más relevante, prepara el terreno para la conducción autónoma. 

Los sensores de un vehículo automatizado no pueden ver más allá de lo que tienen delante. La conectividad sí. Y la información generada por dispositivos como la V16 será una de las piezas que harán posible ese ecosistema.

Hoy discutimos sobre una baliza. Mañana hablaremos sobre cuán “visibles” son los incidentes para los sistemas avanzados de ayuda a la conducción. Y más adelante, sobre qué información necesitarán los vehículos autónomos para tomar decisiones seguras. 

Mientras tanto, las empresas del sector ya estamos desarrollando otros elementos conectados: conos inteligentes, sistemas de geolocalización para operarios de mantenimiento, y soluciones que identifican vehículos lentos o de transporte especial. La V16 no es un punto final; es solo el comienzo.

Tiene sentido discutir —y es sano que lo hagamos— sobre cómo se gestiona la información, cómo se audita una plataforma pública o cómo se garantiza la interoperabilidad europea. Lo que aporta menos es quedarnos en el argumento simplista de que “como es solo aquí, está mal”, sin entender el contexto tecnológico de fondo. 

Porque aquí no estamos simplemente sustituyendo triángulos de seguridad por luces: estamos dando el primer paso real hacia una red de carreteras conectadas donde los incidentes no solo se ven, también se comparten y se anticipan. Y, nos guste más o menos, en esta ocasión España no va a remolque. Va a la cabeza.